domingo, 19 de diciembre de 2010

SURREALISMO; MAGIA Y MISTERIO

El surrealismo ha constituido la vanguardia artística más numerosa, original y persistente del siglo XX. Pintores como Salvador Dalí, literatos como André Bretón, fotógrafos como Man Ray, cineastas como Luis Buñuel, ideólogos comunistas como Louis Aragón o fascistas como Ernesto Giménez Caballero, prolongaron su actividad entre los años 20 y la década de los 70: medio siglo es mucho para un mundo que contempló una sucesión vertiginosa de movimientos artísticos que apenas lograban permanecer en el candelero unos pocos años.
La diferencia entre el surrealismo y otras vanguardias artísticas consistió en que hundió sus raíces en el mundo mágico y paranormal: escritura automática, astrología, interpretación de los sueños, hipnosis, oui-ja, mediumnidad, todo ello fue incorporado al método creativo surrealista. No es raro que sus producciones oscilen entre el misterio y la locura.
La diferencia entre el “iniciado” y el “médium” radica en que el primero tiene control sobre el proceso de evocación, mientras que el médium carece de esa posibilidad. La situación del médium con respecto al mundo paranormal es similar a la de la impresora informática que depende del ordenador al que está conectada y del programa utilizado. No es raro que en el mundo de los médiums, el no poder controlar el proceso de manifestación de lo paranormal, las disociaciones de personalidad, la locura y los suicidios sean monedas de uso corriente.
Es en un clima saturado por las prácticas ocultistas y por las búsquedas de Freud en el inconsciente, donde nace el surrealismo. El surrealismo tiene un carácter regresivo en relación al movimiento artístico inmediatamente anterior del que deriva, el dadaismo, frente al cual supone un paso atrás, una orientación hacia el mundo de lo que es puramente psíquico y automático como renuncia a penetrar en los espacios superiores que intuían Tristán Tzara y los dadaistas. El surrealismo realiza esta progresión por el inconsciente por distintos caminos, el más importante fue la escritura automática.
El automatismo surrealista es un estado de conciencia en el cual está ausente cualquier control ejercido por la razón y cualquier obstáculo socio-cultural. El escritor o el pintor surrealista deben liberar todo el bagaje mental “vertiéndolo” en su medio de expresión sin obstáculos de ningún tipo, y sin control consciente, ni autocensura alguna. Las palabras o los grafismos fluirán de su interior, permaneciendo su consciente en estado de total abandono y lo que se manifestará serán sus tendencias más íntimas, entendiendo por tales las que anidan en el inconsciente. Cualquier tipo de racionalidad es anulada y bloqueada al dejar las puertas abiertas a la total espontaneidad del inconsciente.
El descubrimiento se debe al líder y fundador del surrealismo, André Breton, el cual, hallándose en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia, oyó resonar en su cerebro palabras que él definió como “pronunciadas entre bastidores”, definición que perfiló en su “Primer Manifiesto Surrealista”: allí refiere la sorpresa y el sobresalto interior de oír con toda nitidez, en ese estado intermedio que precede al sueño, una frase con toda claridad y sin relación alguna con la actividad desarrollada anteriormente, “frase que me pareció insistente, frase, me atrevería a decir, que
llamaba a la puerta”.
Bretón también tuvo experiencias visuales de este tipo y se planteó la posibilidad de provocarlas. Esto implicaba colocar su espíritu en estado de total receptividad. Evidentemente tal receptividad no era posible con el cerebro consciente ocupado en razonamientos y asociaciones de ideas, era preciso un “vaciado de la conciencia”; de esa manera, colocando neutralizando al espíritu y silenciando la conciencia, actuaría un automatismo que Bretón llama “dictado mágico”.
Es evidente que ocultistas y surrealistas están, no solo empleando los mismos términos -”escritura automática”-, sino hablando de lo mismo, la única diferencia entre ambos era la explicación que ellos mismos daban a estos fenómenos, explicación condicionada por un apriorismo fundamental que es el sistema en el cual quieren incluirla: para unos servirá para entrar en contacto con entidades descarnadas del mundo intermedio, para los surrealistas era cuestión de averiguar los procesos de la psique. Pero fuera de esto, es importante recalcar que unos y otros aluden a lo mismo; no es raro, por tanto, que algunos surrealistas participaran de escuelas ocultistas.
Breton jamás se afilió a ningún círculo esotérico si bien es cierto que ya en 1925 escribió una “Carta a los videntes” en el que se esforzaba por exponer los caminos a través de los cuales se podía acceder a lo sagrado sin penetrar en el terreno de las religiones. En dicha carta oponía los videntes a los “infames sacerdotes”. Breton, durante toda su vida estuvo preocupado por la astrología que conocía con cierta profundidad; solía hacerse él mismo horóscopos y levantar cartas astrales de sus amigos; estaba realmente obsesionado con la conjunción entre Saturno y Urano que tuvo lugar entre 1896 y 1898, año en el que nacieron Eluard, Aragón y él mismo; dicha conjunción según los astrólogos generaría “una nueva escuela”. Reclamó un estudio pormenorizado de la influencia de Neptuno y Urano sobre Baudelaire y el surrealismo. En el “Segundo Manifiesto Surrealista” escribió: “Sería de gran importancia que manifestáramos un serio agradecimiento hacia aquellas ciencias completamente desacreditadas hoy en día desde varios puntos de vista como son la astrología, entre las antiguas, la metapsicología entre las modernas. Se trata solo de abordar estas ciencias con el mínimo de desconfianza necesaria”.
También se sentía ciertamente atraido por la videncia. La revista “La Revolution Surrealiste”, dirigida por él, tenía una vidente titular, Madame Sacco, que era regularmente consultada por los miembros del grupo, entre ellos por el mismo Breton y, también con similar intensidad y fe, por el pintor alemán Max Ersnt. “El hombre debe recibir órdenes de lo maravilloso” escribió; la posibilidad de consultar el futuro a través de una vidente le parecía el medio más directo de entrar en “lo maravilloso” que así se coagulaba en “lo presente”.
La alquimia también ocupó parcelas del interés de Breton hacia el mundo paranormal. En particular la figura de Nicolás Flamel le causó viva sensación y, una y otra vez, volvió sobre éste famoso alquimista medieval; se paseó por las pequeñas calles del París antiguo que llevaban los nombres del célebre alquimista y de su esposa, Dame Perrenelle. Atravesó estas mismas calles y bebió en la “Taberna Nicolás Flamel”, en decenas de ocasiones, antes de llegar a la Torre de Saint Jacques, último resto de la iglesia de Saint Jacques de la Boucherie, que el fundador del surrealismo recorrió una y otra vez, intentando encontrar respuestas a sus cuestiones sobre “lo maravilloso”. Basilio Valentino fue otro alquimista cuya simbólica le causó una particular impresión pero hay en los escritos de Breton una confusión entre simbología alquímica y el concepto psicoanalítico de símbolo como arquetipo o reflejo del subconsciente. En 1948, cuando el editor Pauvert reeditó los dos textos de Fulcanelli, el alquimista del siglo XX, reverdeció en Breton el interés por la alquimia clásica; en escritos posteriores llegó a comparar las siete fases de la preparación del compuesto filosofal con las siete fases de elaboración de una poesía: destilación, solución, putrefacción, negrura, blancura, rojez, proyección. Bretón tenía sus propias ideas sobre alquimia, escribió: “Pido que se observe como las investigaciones surrealistas presentan una notable analogía en cuanto a sus objetivos con las investigaciones alquímicas: la piedra filosofal es lo que debería permitir a la imaginación del hombre tomar una brillante revancha sobre todas las cosas”.
En realidad, todas las opiniones de Breton en este terreno, están más cerca del ocultismo contemporáneo que de las ciencias tradicionales de las que hablan. En este sentido, lo que busca Breton, fundamentalmente es, lo “original”; lo que ofrecía la tradición era lo “originario”.
Los casos de surrealistas que pertenecieron a escuelas ocultistas son frecuentes. René Daumal, drogadicto a sus 20 años, miembro del grupo de discípulos del gurú y ocultista ruso Gudjieff; Daumal, muerto prematuramente en 1944, fue gran amigo y confidente de Dalí; su esposa, Vera Daumal, fue una de las generosas sostenedoras de los grupos de seguidores de Gurdjieff que todavía existen hoy. Daumal aprendió el sánscrito y se interesó por las filosofías orientales, pero el contacto con Gurdjieff le desvió por el camino del ocultismo. En el número 3 de la revista surrealista de nombre característico, “Médium”, Louis Pauwels y Jacques Bergier, publicaron sendas entrevistas con Gurdjieff demostrando que el interés de algunos miembros de esta corriente hacia el “gurú” ruso no afectó solo a Daumal.
En vida solo había publicado dos poemas y una serie de traducciones de textos zen. En 1952, ocho años después de su muerte, se publicó su relato inacabado “Le Mont Analogue” inspirado directamente por Gurdjieff, verdadero relato de su búsqueda espiritual.
Daumal pertenecía al círculo, “Le Grand Jeu” del cual Louis Pauwels, en su estudio sobre Gurdjieff nos dice que “consideraban la experiencia poética como experiencia mística”. A él pertenecieron Pierre Minet, Roger-Gilbert Lecomte, Roger Vaillant y Roland de Renéville. Minet permaneció durante un breve tiempo en los “grupos” de Gurdjieff de los cuales terminaría por separarse; explica su experiencia en una carta de cuatro folios en donde resume lo esencial de la técnica del gurú ruso y los motivos de su alejamiento del grupo. Gudjieff les decía. “Comience por penetrarse de la idea de que usted no es nada, no, ni siquiera un grano de arena en el desierto, nada, absolutamente nada” (…) “Usted puede ser todo. Usted puede ser. Unicamente, cuidado a la derecha, cuidado a la izquierda, atención, más atención, siempre atención, no se identifique con sus sensaciones, usted es como el niño que aprende a caminar !más despacio! !siga a la niñera”. Minet añade: “La niñera era yo; yo también,cómo no equivocarse?”.
Pero, en un momento dado ya no puede soportar la exigencia de la muerte de su personalidad para alcanzar la experiencia mística; puede decirse que Minet se asomó al ritual de la iniciación y atendió a su exigencia de “muerte del hombre viejo” previa a la exteriorización del hombre renovado, pero no pudo aguantar, como él mismo dice “tirar por la borda todo aquello que mejor nos caracterizaba. Nuestros gustos, nuestros más tenaces sufrimientos, nuestros apegos más caros, al mar. Francamente, era mucho. Demasiado” (…) “Yo me atrevía a preguntar: Pero, de todos modos, mis grandes hombres: Rimbaud, Lautrémont, Breton, sí, Breton también, los conservo, no es cierto? “)Conservarlos? )quiere hacer el favor de mandarlos a paseo? !todo es falso relumbrón!” (…) Por fin rompí. Me rehusaba a que me desvalijaran completamente. Y volví al fango. Se entiende que no oliera bien, pero olor por olor, prefería todavía el mío al del recién nacido. Por lo menos, estaba acostumbrado a él”. Gurdjieff había ideado un sistema, más próximo al budismo zen que al ocultismo contemporáneo; ciertamente realizaba concesiones a éste, pero lo esencial de su doctrina era fundamentalmente iniciática y exigía una muerte de la personalidad común para que aflorara un estrato más profundo del ser. Aquí radicaba el choque entre Minet que, con los surrealistas, hacía referencia al “subconsciente” (lo que está debajo de la conciencia ordinaria) y Gurdjieff y las escuelas sapienciales para las que se trataba de anular la personalidad común no en beneficio del subconsciente, sino para entrar en contacto con estados superiores conciencia. La incomprensión de este proceso es característica de todo el surrealismo; tanto Minet como otros muchos surrealistas prosiguieron sus “experimentos psíquicos” en círculos muchos más tranquilizadores para sus mentalidades pequeño-burguesas: fundamentalmente en conventículos espiritistas y mucho más habitualmente de manera dilettante en veladas sociales en las que la oui-jja, los Tarots, la astrología de consumo y la hipnosis, contribuían a colmar sus momentos de ocio.

Otros surrealistas centraron su atención en filósofos que unían cierta sabiduría tradicional desfigurada con los inicio de la teorización ocultista; tal es el caso de Swedenborg, cuyo nombre figuraba en la lista “oficial” de autores recomendados por el surrealismo con su libro “La Nueva Jerusalén”; Swedenborg teorizó una vía para la realización del ser basada en la iluminación interior mediante una ascesis místico. Malcolm de Chazal, poeta que luego pasaría al campo de la producción teatral, fue un exponente de esta corriente “swedenborgiana” en el seno del surrealismo, muy querida de Bretón en tanto que exponía con otras palabras el mismo recurso al automatismo. Algunas de sus composiciones -en particular los poemas contenidos en “Sens Magique” [Sentido Mágico], alcanzan las más altas cotas de misticismo dentro del surrealismo.
El caso opuesto fue el de Antonin Artaud, visitante habitual de los manicomios durante casi toda su vida, buscador frustrado de lo absoluto a través del mundo de las drogas psicodélicas administradas por los indios centroamericanos, cuya vida compartió durante algunos meses. Después de sus experiencias con los chamanes de Sierra Madre y con el peyote, de regreso a Europa, su cerebro se desorganizó completamente. Un largo peregrinaje de 9 años le llevó por los manicomios de toda Francia, recobrando la libertad pocos meses antes de su muerte. El caso de Artaud es significativo, su búsqueda de experiencias paranormales y su impulso interior hacia la trascendencia, perpetuamente insatisfecho le condujeron a soportar una creciente tensión interior que le desestructuró tras al experiencia del hongo alucinógeno. A través de él, Artaud encontró un método artificial para visitar paisajes interiores insospechados; pero la imposibilidad de permanecer en ellos, la ignorancia de los métodos tradicionales (meditación, zen, yoga, etc.), fuera de la droga, para provocar estas aperturas extáticas le condujeron al suicidio interior, la locura. Artaud compartía la frase poética enunciada por otro surrealista Paul Eluard y repetida tantas veces: “Hay otros mundos, pero están en este”. Artaud conoció estos mundos esporádicamente mediante la aventura del peyote, pero no encontró en su interior la llave que le daba acceso a ellos cuando el hongo quedaba al otro lado del océano.
Sorprende que -salvo Malcom de Chazal- todos estos surrealistas murieron tempranamente perdieron la razón. No es algo que pueda sorprender a quien conoce el mundo de los médiums: los abismos de la locura, se alternan diabólicamente con los suicidios prematuros, las muertes inesperadas y todo tipo de desgracias. Se diría que quien ha invadido el mundo desconocido de las fuerzas sutiles, el “mundo intermedio”, se expone a sufrir las consecuencias.
Visto en: http://zonadecaos.com/blog/?p=585

2 comentarios:

Atelier André Breton dijo...

Bonjour,
Vous trouverez toutes informations sur le surréalisme et sur André Breton sur le site officiel d'André Breton. http://andrebreton.fr

Ana Cuéllar dijo...

Gracias, por la información